miércoles, 1 de diciembre de 2010

UN POEMA DE ÓSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ



ELEGIA VII


Ahora, esta noche, los martillos en la sien

Noche de la madre dispersa

Dispersa de la casa donde habitaba la palabra

Palabra que besa al caminante en la frente

Olor a aceite y a sales minerales cuando el crucificado

Denuncia y anuncia una falta, el pecado

En tus labios desiertos y abiertos por las heridas y la flor

Carne de tu carne; palabra de azufre

Padre que no pronunciamos delante de ti, porque no existías

Si no como emblema, exorcismo, protección sin mancha

Tú y yo traemos la corona de espinas

Extenuados cantamos sobre la piedra blanca que

Enseña el profeta para callarnos ante lo insondable

Levantas paredes, murallas, el sueño petrificado del hermano

Muerto

Para purificarnos de la nada que nos destierra del cuerpo que

Aún poseíamos

Tú lo llamas, lo invocas y el nunca viene, porque nunca estuvo

Entre nosotros ¿Para qué?

Cerramos sus labios esa noche para ver la pirámide

Luna llena en la Isla de San Andrés

Que me hizo verlo en las olas del mar que rompen antes de

Morir en la playa del silicio

Arena, ceniza, tumba, alcohol y cuerpos a punto de caerse

En el abismo de la desnudez

No había más que ojos inclinados ante el misterio indescifrable

Te hallé para no morir, cuando la muerte no era nada e iba a

Serlo todo para vernos

Te vi para no caer en tentación tras el vidrio en la hora de la

Cámara ardiente

Me arrodillé para no orar, para insultar

Hice trizas todas las palabras que el silencio me traía

No quería morir, no había por qué

La palabra no alcanza ni basta, por eso mismo encontré

El epitafio osario de mis huesos, mis palabras como huesos que Te buscaban en lo eterno

Eternidad que no me tiene como camino o senda

Es mi testamento, son mis cenizas las que hablan, no estoy

Muerto

Abro el libro del día como cráter de un volcán

Los que me ven solo me ven cuando el maná se convierta en

Lava

Bocas, hambres, llantos que no pueden beber sino como condenados

Nuestra ley es purificar al que no cree

El santo de la esperma levanta catedrales de sombra en tu mano

Del fondo del mar no vienen las olas sino auroras boreales

Al fondo de la roca Melusina lleva el pie desnudo

Invocando a los peces la hallé tambaleando, susurrando su

Nombre

Ante los vientos y las nubes

Porque nunca hay nada más ni siempre

Y el rostro musical de la muerte

Levanta la piedra de sal de las estatuas

En la tumba del yacente mientras la Madre cuida.





Óscar González, Medellín, Colombia, 1957, ha construido su obra poética simultáneamente con su trabajo ensayístico. Ambas prácticas son partes unificadoras de su devenir y su aporte ha sido muy valioso en diversos ámbitos del arte y la poesía. Dirige la revista virtual de poesía, arte y literatura Rinoceronte 14, es parte del grupo editor de la revista de poesía Punto Seguido, en la ciudad de Medellín, Colombia.