domingo, 22 de febrero de 2015

DESDE EL ÁRBOL DE LA CANELA. Jairo Guzmán



Niños del fuego ríen en torno a mis gestos de agua. Nubes cantan con frutas que maduran a su paso. Emanaciones del tapiz de hojas de balsos, cocoteros, guácimos que, entrelazados, esconden  una iguana. Gestos de saltarines por los maizales .

Borrachos de gozo, hacemos collares de peces a las muchachas de senos nacientes; pezones como corozos.

Corremos desnudos a través de la sabana recién humedecida por las lluvias. Nos mimetizamos con el herbaje para observar a la nutria.

Silbamos como el pájaro toche, para atraerlo hasta nuestro escondite.

Envueltos en la piel de un tigre, cazado en las cercanías de la laguna, entonamos el canto para atraer al venado de cachos racimos. Allí suelen ir montiadores a sacar hicoteas; a veces, acechan a las babillas.

Cópulas entre matorrales y bandadas de guacamayas atravesando el cielo.
Llamas izadas entre frondas de jade: flores de un rojo más intenso que una explosión.

Yacemos sobre una alfombra de mangos maduros, mientras el pájaro Sangre de Toro come sorgo en nuestras manos.

Todo fiesta, risas, algarabía de niños persiguiendo estrellas fugaces.
La compañía de las palomas y su currucuteo en las tardes de arroz.

La eclosión de invisibilidades en el atardecer, se manifiesta como un pedazo inconmensurable de oro, arrojado a un lago de luz blanca. A esa hora las aves se desplazan hipnotizadas por una oscuridad más envolvente que un cielo ardiendo.

Aromas de yerbas medicinales, zumbidos de la noche, insectos en un loco tránsito por el aire formando oleajes con olor a lluvia.

Presentir un huracán en el canto de los muertos, de juerga en el platanal.
Hojas secas, de mamoncillos o guayabos, se desplazan a ras de tierra y traen una canción.

El maleficio, los niños en cruz. Plañideras en procesión y un fémur en la ventana de la anciana insomne.

Tíos abuelos me ofrendan con la risa mientras hacemos la danza de los exorcismos: el secreto para curar la peste de los árboles.

Avispas duermen en mis manos.